miércoles, 30 de mayo de 2007
Fiesta de la Visitación
Reflexionemos y meditemos en el misterio de la caridad expresada por la Madre de Dios al visitar a su prima anciana. La Virgen Santísima ya adelantaba la misión de su Hijo en la tierra llevando la Palabra encarnada en su seno para transmitir el amor de Dios a sus hermanos.
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La visita de María
Juan 1, 39 Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. 40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo 42 y exclamó en alta voz: "¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? 44 Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. 45 ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!"
María nuestra Madre, es y será siempre el mejor ejemplo del evangelizador. Ella, la más excelsa de las criaturas, nos muestra en cada una de las acciones de su vida, ejemplos maravillosos, que de por sí constituyen la mejor muestra del perfil al que deberíamos luchar por acercarnos en nuestros esfuerzos de evangelización.
En el pasaje de Juan 1, 39, vemos a María que acaba de dar su FIAT al ángel. La encarnación del Hijo de Dios en su vientre, llenó su alma del Espíritu Santo, por eso podemos decir sin temor a equivocarnos, que María fue el primer apóstol, el primer testigo de que había llegado el Salvador, y estaba entre nosotros. Ella recibió en su alma a la Santísima Trinidad.
Pero es imposible recibir al Espíritu Santo, y no hacer nada. Ella necesita llevar ese Espíritu a todas partes, y la mejor forma es mediante el servicio a los necesitados. El ángel acababa de decirle que su prima Isabel estaba embarazada, y vemos a María, casi una niña, embarazada también, con todas sus angustias, sus miedos, y sobre todo con su gran secreto oculto en su vientre, emprendiendo el viaje, “sin más demora” dice el Evangelio, a ayudar a Isabel.
El primer efecto que vemos en María entonces de la presencia del Espíritu Santo, es el de acudir “sin demora” en el auxilio de los necesitados. Pensemos por un instante cómo eran los viajes en ese tiempo, a través del desierto, a pié o montada en camello o en burro, el calor del día, el frío de la noche, el dormir en campamento, las comidas, y un largo etcétera.
Nadie hubiera observado nada, si María hubiera dicho “soy muy chica, no puedo viajar tan lejos sola”, o quizás “Yo también estoy embarazada, no puedo viajar”, también hubiéramos aceptado su hubiera dicho “Es que tengo que aclararle esta situación a José”, o “por lo menos hablaré con mis padres, para que sepan lo que sucede”, o mil otras disculpas tan lógicas como aceptables, pero ella sin más demora, obviando los malestares de los primeros meses de embarazo, y haciendo de lado a todo y a todos, acude a Isabel.
¿Porqué a Isabel?, pues porque Isabel ya era una mujer casi anciana, y al quedar embarazada, era muy previsible que iría a necesitar ayuda. María no espera a que la llamen, ella acude presurosa allá donde prevé que la necesitan, tal y como lo sigue haciendo hasta ahora con cada uno de nosotros.
Por otra parte, al ser de su familia, seguramente había tenido que ir a vivir a la “ciudad ubicada en los cerros” siguiendo a Zacarías su esposo, por lo que vivía en una ciudad sola lejos de sus parientes. Bendita sea María, que llegó a acompañarla durante tres meses.
Por último, vemos que la presencia del Espíritu Santo en una persona es tan notoria, tan clara, que “al oír su saludo, se llenó del Espíritu Santo, y el niño dio un salto en su vientre”. María, al ser portadora del Espíritu Santo, con su sola presencia, lo transmite a Isabel, pero no es algo sutil, no es algo que “puede ser…”, sino que ella siente que el niño da saltos en su vientre, y al recibir a Dios de parte de semejante embajadora, no puede sino exclamar con inmensa alegría “¡Cómo es que viene a verme la Madre de mi Señor?
Qué misión tan singular la de la Virgen, que se constituye en el primer tabernáculo de la historia, al llevar al Verbo Encarnado en su vientre. Ella resume en sí la presencia inefable de la Santísima Trinidad, elegida por el Padre, portadora del Hijo y cubierta por el Espíritu Santo. Es portadora de todas las gracias de las que llena la presencia de Dios infinito, y en tal grado, que a su solo saludo, Juan da saltos de alegría en el vientre de Isabel.
¿Y pensar que nosotros también deberíamos hacer lo mismo día a día, y ni siquiera lo pensamos…! Al recibir la Sagrada Comunión, recibimos a Cristo Vivo en nuestro cuerpo. Nos convertimos igual que María, en tabernáculo viviente. ¿Podría haber alguna muestra más grande de amor y predilección por parte de Dios?.
Consideremos y sin más comentario, meditemos por un minuto este bello pasaje de La Gran Cruzada de la Misericordia 58: Así es como la Eucaristía es el verdadero Sacramento de Amor porque ha nacido del Amor infinito del Padre hacia Mí y se manifiesta con la obra de Misericordia en ustedes... Para su provecho Yo Me doy a ustedes; sin embargo, la utilidad de las almas es consecuencia del Amor del Padre hacia Mí. Por eso el mismo Padre al amarme y honrarme, los hace partícipes de Mis méritos, Me da a Mí, oculto místicamente, pero muy presente en el Sacramento del Amor.
Oh queridas almitas que acuden al néctar que derramo de Mis altares y los suyos, si supieran qué grandioso hecho de Amor es la Eucaristía, no estarían pensando tanto en ustedes mismos. ¿Qué es la justificación y la dulzura de un alma que Comulga Conmigo, en comparación con el Honor y la Gloria y el Amor que Yo, Mi Padre y el Eterno Espíritu manifiestan hacia Mi misma Humanidad justamente con la Eucaristía?
Sí, el alma goza de Mí, pero piensen qué unión vibra en el mutuo amor que media entre Nosotros que nos deleitamos en glorificar una Humanidad, como puede deleitarse un Creador en su obra máxima.
En efecto, Mi misma Humanidad es la obra maestra de las manos de Mi Padre por la cual, aun sólo como Hombre El Me honra como se honra a Sí mismo... El Padre infinitamente bueno y tan olvidado de las ciegas criaturas; el Padre lleno de Mi Sabiduría y de Nuestro Amor, en Trinidad y Unidad, quiso y quiere una Humanidad a la par consigo mismo: ¡Oh, amen a este Padre, adórenlo, háganlo conocer a todos! En Mí Ha puesto Su Omnipotencia y Yo que fui Hombre como ustedes, como tú que escribes y como tú que escuchas, exteriorizo la Gloria y la Belleza de Mi Padre dándome en alimento a ustedes, pequeños, amados y deseados hermanos Míos.
Es así como la Santa Eucaristía condensa en si y en torno a si, a toda la teología, a toda posible expresión religiosa.
En este mes de junio, que reúne tantas fiestas importantes dentro de la liturgia, (la Visitación, la Santísima Trinidad, el Cuerpo y la Sangre del Señor, Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote), aprovechemos para meditar, para aprender a amar, para hacer carne en nuestros corazones adormecidos, y para practicar el amor tan sencillo, pero a la vez tan infinitamente grande que nos muestran las palabras de La Gran Cruzada.
Gracias sean dadas a Dios por María, el más claro ejemplo de humildad, de obediencia, entrega y servicio, para que tratemos de prestarnos su Inmaculado Corazón, y amar a Dios como Ella lo amó. Así, trataremos de imitarla cuando nos visite su Hijo, nuestro Salvador disfrazado de Pan, de Vino, o quizá también disfrazado de pobre, enfermo o necesitado.
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